viernes, 31 de enero de 2014

LOS NUMEROS DEL INDEPENDENTISMO CATALAN

Los 16.000 millones que no aparecen

Los números que usa el independentismo ni siquiera se reflejan en los estudios de CiU

Nuestro artículo ¿Dónde están los 16.000 millones? (EL PAÍS, 20 de enero) ha recibido muchas preguntas y comentarios. Aunque nadie lo ha replicado desde las páginas de este periódico, agradecemos la oportunidad de contestarlos.
Se ha dicho que copiamos un informe de FAES, pero solo utilizamos datos de la Generalitat y del estudio Viabilidad de Cataluña como Estado, de la Fundació CatDem, vinculada a CiU.
Muchas reacciones confirman que la reclamación de independencia está en buena parte basada en el convencimiento de que Cataluña dispondría “de forma inmutable” (Artur Mas dixit ) de 16.000 millones anuales adicionales “contantes y sonantes”. En nuestro artículo explicábamos por qué no es así y consideramos que ninguna de las críticas recibidas invalida nuestra tesis.
No negamos, como se nos acusa, la existencia de un déficit fiscal de Cataluña con el Estado. Es lógico que Cataluña aporte a la Hacienda central más recursos que servicios recibe, porque la renta per capitacatalana es superior a la española y nuestro sistema fiscal es progresivo. Lo importante es el método para calcularlo, el significado del resultado y su variación en el tiempo influenciado por el ciclo económico. Por eso decíamos que un solo año no es suficiente para conocer las relaciones fiscales interterritoriales. Utilizamos las cifras de 2009 ya que son las más recientes del estudio de CatDem y cuando se produjeron las declaraciones políticas que reprodujimos.
Regular las telecomunicaciones no solo beneficia a los catalanes porque la CNMT esté en Barcelona
Muchos se han sorprendido de que los 16.409 millones calculados por la Generalitat para 2009 solo incluyan como gasto estatal que beneficia a Cataluña el que se realiza en su territorio (método monetario). Ese método subvalora lo que le costaría a la Generalitat independiente suministrar los mismos bienes públicos que hoy presta la Administración central según la actual estructura competencial del Estado.
En efecto, no tiene sentido argumentar que los catalanes no se benefician de los consulados porque en Cataluña no hay ninguno, o que los ordenadores de la Agencia Tributaria solo sirven a los madrileños porque están en Madrid, o que el VOR de Calamocha que guía los aviones del puente aéreo solo hay que imputarlo a los aragoneses. O repartir el gasto en defensa y en justicia según donde estén las instalaciones militares y los tribunales. Regular las telecomunicaciones no solo beneficia a los catalanes cuando la CNMT está en Barcelona, ni la de los mercados financieros solo favorece a los madrileños porque la CNMV esté en Madrid.
Una Cataluña independiente debería financiar todos los servicios que ahora recibe del Estado, se produzcan o no desde el territorio catalán. ¿O es que no iba a tener su red de embajadas y consulados, su propia defensa y sus propios sistemas de gestión tributaria? ¿Es que alguien se las suministraría gratis?
Lo razonable es que el gasto en los bienes públicos de carácter general se reparta proporcionalmente a la población (método beneficio). Según la Fundació CatDem, por ejemplo, “la estimación que puede reflejar mejor el coste que supondría el servicio de defensa en Cataluña, es la que se deriva del criterio del flujo del beneficio”. Si así se hiciera, el déficit observado de 792 millones de 2009 se convierte en un superávit a favor del Estado de 4.105 millones. Y para 2010 el déficit observado de 5.835 se convertiría en un déficit de 774. Esta subestimación de los costes reales es una de las dos razones fundamentales por las cuales los 16.000 millones no estarían disponibles.
La otra razón es que los 16.000 millones (16.409 en 2009 y 16.543 en 2010) resultan de añadir a los impuestos efectivamente pagados por los catalanes en cada año los impuestos que tendrán que satisfacer en el futuro para pagar “su” parte del déficit público estatal (15.618 en 2009 y 10.708 en 2010). Es lo que se llama “neutralizar” el déficit. Y, ¿cuál es “su” parte? Ya explicamos que la Generalitat la calcula proporcionalmente a los ingresos que aporta Cataluña. Hay otras formas de hacerlo, pero no vamos a entrar en ello ahora.
En nuestro artículo no decíamos, como se nos atribuye, que neutralizar el déficit es un “puro artificio contable creado por los nacionalistas”. Tampoco negábamos el interés de hacerlo, ya que da una idea estructural de la posición fiscal de Cataluña. Lo que decíamos es que el saldo observado y el neutralizado son conceptos de distinta naturaleza. La Generalitat difunde solo la cifra de los 16.409 (método monetario neutralizado) y se presenta en el discurso político dando a entender que ese dinero estaría disponible inmediata y automáticamente con la independencia.
El Estado catalán habría dispuesto en 2009 de solo 792 millones de más
Pero nosotros decíamos y nos reafirmamos en que el déficit fiscal calculado neutralizando el déficit público no es equivalente a recursos adicionales disponibles gracias a la independencia. Porque esos impuestos que se tendrían que pagar en el futuro, por definición, todavía no se han pagado y por ello no estarían disponibles en el presente.
A ese respecto, la Fundació CatDem dice que, en caso de independencia, la neutralización “no corresponde”, ya que “lo que hace la neutralización es imputar el déficit público del Estado como carga impositiva futura: eso aquí no tiene sentido, lo que estamos midiendo es la capacidad de autofinanciación de Cataluña como Estado”.
Resumiendo nuestro razonamiento: si en 2009 Cataluña hubiera sido independiente, la Generalitat se hubiera quedado con los 46.195 millones de impuestos pagados al Estado y habría gastado 45.403 millones en los servicios que el Estado prestaba en Cataluña. El resultado de la independencia sería, pues, disponer de 792 millones “contantes y sonantes” de más.
Los 16.409 millones no aparecen por ninguna parte. Ciertamente no aparecen “en efectivo, encima de la mesa del conseller” como afirma una crítica publicada en Ara, un periódico de ideología independentista. Lamentamos que no se haya publicado en EL PAÍS, lo que hubiera dado más difusión y agilidad al debate. En Ara se fabula diciendo que esos millones los habría sacado el Estado de la Visa de los catalanes, pero que con la independencia “estarían disponibles sobre la mesa delconseller”. Pero si Cataluña fuera independiente, el Estado no podría usar su Visa. Y si es Cataluña la que usa su Visa es el equivalente de endeudarse. Sin hacerlo, lo único que habría sobre la mesa delconseller es el saldo observado de 792 millones. Y además tendría que financiar la producción de los servicios públicos generales que el Estado suministraba desde fuera de Cataluña.
Los autores de esa crítica “encuentran” los 16.000 millones en los recursos futuros que el ejercicio de la neutralización añade a los presentes. Nosotros, como la CatDem, pensamos que este ejercicio “no tiene sentido” cuando se trata de medir la capacidad de autofinanciación de Cataluña como estado.
Así, la Fundació CatDem estima “la ganancia que obtendríamos como Estado independiente en 2009 hubiera sido de 922 millones de euros”, una cifra muy inferior a los 16.000 que gran parte de la opinión pública catalana parece estar convencida de que sería el beneficio inmediato e “inmutable” que produciría la independencia.
Este es un tema importantísimo y el Gobierno español debiera propiciar su debate. Nosotros hemos querido contribuir a ello a través del reducido espacio de estos artículos cuya publicación agradecemos mucho.
Josep Borrell es catedrático Jean Monnet y Joan Llorach es empresario.

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lunes, 20 de enero de 2014

HABER SI ENTENDEMOS A CATALANES Y ESPAÑOLES

TRIBUNA

Lo que no se quiere oír sobre Cataluña

El problema del encaje catalán en España es el del encaje de un pueblo norteño en un país sureño


Banderas independentistas catalanas en Barcelona, en la Diada de septiembre de 2012. /TEJEDERAS
Hay cuestiones de fondo sobre Cataluña que no se quieren oír y, mucho menos, escuchar. No puedo obligar a nadie a escucharme pero, al menos, voy a intentar hacerme oír. En este artículo quiero aportar cuatro reflexiones sobre Cataluña y sobre la relación de Cataluña con España. Bien a un lado del Ebro, bien al otro o bien a los dos, estas cosas no se quieren oír. En primer lugar discutiré el “hecho diferencial” catalán desde la dialéctica Norte-Sur en la Europa actual. El problema del encaje de Cataluña en España, como el de Lombardía en Italia, es el del encaje de un pueblo norteño en un país sureño. A continuación caracterizaré a Cataluña como una sociedad compleja aún vertebrada por una mentalidad menestral cuyas raíces se remontan a la baja Edad Media. Cataluña se desarrolló y llegó a ser lo que es gracias al decreto de Nueva Planta de 1714, no a pesar de él. En tercer lugar argumentaré que el contencioso Cataluña-España oculta otro contencioso entre catalanes que tiene importantes consecuencias para la sociedad catalana. A España y a Cataluña les irá mejor juntas que separadas si consiguen un acuerdo de convivencia que potencie el futuro de ambas. Por último daré unas pinceladas sobre qué hacer en la situación actual. Mis argumentos surgen de consideraciones geográficas e históricas que considero razonables.

LOS CATALANES, EUROPEOS PATA NEGRA

Los catalanes son europeos desde el siglo IX. A eso, en castellano, se le llama ser pata negra. El concepto actual de Europa nació con Carlomagno, cuya capital Aquisgrán dista solo un centenar de kilómetros de las actuales capitales de la Unión Europea Bruselas y Luxemburgo. Esta coincidencia geográfica no es casual. Robert Kaplan señala en su reciente libro La venganza de la geografía que la columna vertebral de Europa sigue estando en la diagonal que va del Canal de la Mancha a los Alpes, ruta de comunicación principal del imperio franco. En ese mapa, carolingio y actual, Cataluña ocupa una situación peculiar. Desde finales del siglo VIII fue parte de la Marca Hispánica, zona defensiva entre el Imperio y Al-Ándalus que, según Vicens Vives, se caracterizaba no por ser una fortaleza de montaña sino por ser un corredor protegido por montañas. Este carácter de corredor y de portal de la península Ibérica hacia Europa ha conformado, para Vicens, el europeísmo distintivo de la mentalidad catalana y su “permanente éxtasis transpirenaico”. Esta mentalidad y este éxtasis constituyen, en mi opinión, el llamado “hecho diferencial catalán”.

La mentalidad catalana tiene un permanente éxtasis transpirenaico
Tony Judt se refiere repetidamente a Cataluña en su ensayo de 1996 ¿Una gran ilusión? Judt establece un paralelismo entre las regiones europeas de Baden-Württemberg, Rhône-Alpes, Cataluña y la antigua Lombardía carolingia, autodenominadas los Cuatro Motores de Europa en un acuerdo que firmaron en 1988. Son regiones prósperas, ninguna de las cuales incluye a la capital del Estado, que se consideran culturalmente más próximas entre sí que con otras regiones de sus respectivos países. Según Judt se sienten europeas, pagan sus impuestos, están mejor educadas, tienen una ética del trabajo y una industriosidad que no comparten otras regiones de los Estados a los que pertenecen —regiones a las que se ven obligadas a subvencionar— y tienen poco peso en la toma de decisiones de sus gobiernos. Como señala Kaplan, son regiones “norteñas, que no se sienten identificadas con las que creen regiones atrasadas, perezosas y subsidiadas del sur mediterráneo”. Vicens Vives nunca lo hubiese escrito tan crudamente. El problema del encaje catalán en España es el del encaje de un pueblo norteño en un país sureño. Es un problema de muy difícil solución, agravado por la ausencia histórica de un Cavour catalán que impulsase un proyecto nacional capaz de integrar a los demás pueblos de la Península. Es un problema que se arrastra desde hace siglos y que no se arreglará ignorándolo o negándolo.
Una anécdota del ya centenario Swann ayuda a entender quién es qué en la relación con Europa. Unos parvenus amigos suyos habían tenido la ocurrencia de contratar a unos aristócratas arruinados para ponerlos de porteros en su mansión. Swann se lo desaconsejó, advirtiéndoles que las visitas de calidad nunca pasarían del portal. En el debate sobre la integración en Europa de una Cataluña independiente, los independentistas tendrían todo que perder si el debate se situara en el terreno de la estricta legalidad de los Tratados, pero tendrían todo que ganar si se situase en el terreno de la legitimidad, es decir, si el debate fuese sobre quién es el parvenu. Lo más probable es que la discusión se sitúe, llegado el caso, en un punto intermedio entre las dos alternativas. Lo que desde Madrid se ve como un problema jurídico es, en realidad, un problema político en el que las autoridades españolas pueden llevarse más de una sorpresa. Quizá sea útil recordar, como precedente, la alfombra roja que se puso a otro pata negra europeo, la también carolingia Eslovenia, para su integración en la Unión Europea y en el euro en un tiempo récord. O la posición europea sobre el corredor mediterráneo.

UNA MENTALIDAD MENESTRAL

Sigo con Vicens Vives, buen conocedor de los catalanes. Y sigo con su ensayo Noticia de Cataluña, que debería ser leído y releído con mucha atención tanto al norte como al sur del Ebro. Para Vicens lo más distintivo de la mentalidad catalana, junto a su europeísmo, es su carácter menestral. La menestralía, con fuerte presencia ya en la Cataluña del siglo XIII, es “una mentalidad más que una situación, un concepto de la vida más que una forma de ganársela”. Surge de la “gente de gremio, pueblo menor, hombre y herramienta”. Los menestrales “acabaron ocupando un lugar entre las minorías dirigentes del país, desde el que difundieron el espíritu originario de clase: la dedicación al trabajo, la inclinación práctica de la vida y la limitación de horizontes” y “constituyeron la reserva humana y social de Cataluña, la plataforma sobre la que iban a montarse los siglos XVIII y XIX”. La mentalidad menestral sigue articulando hoy en día una sociedad catalana que, a pesar de su complejidad actual, se sigue reconociendo en el trabajo entendido no como “castigo divino” sino como “signo de elección” y sigue mostrando una característica falta de ambición en su proyección hacia el mundo exterior.

Cataluña se desarrolló gracias al decreto de Nueva Planta, no a su pesar
El feudalismo catalán, surgido dentro del imperio carolingio, tuvo muy poco que ver con el del resto de la Península. Fue mucho más robusto y “europeo”, y creó unas instituciones que, en lo esencial, perduraron hasta principios del siglo XVIII. Hasta el 11 de septiembre de 1714, para ser más precisos. Cuando Ortega achaca la anomalía histórica de España a la anomalía de su feudalismo y a la baja calidad de los godos que la invadieron, se olvida del caso catalán. Las instituciones medievales franco-catalanas fueron solidísimas, hasta el punto de poder asimilar la mentalidad menestral sin cambiar sustanciándote, porque la menestralía encajaba bien en el corporativismo de la época. Pero esa solidez institucional, en ausencia de un monarca absoluto que la pusiera en cuestión para afirmar su propio poder, fue la causa principal del estancamiento y declive de Cataluña desde mediados del siglo XV hasta principios del XVIII. Este declive fue tanto económico como cultural. Por poner un ejemplo de cada, ambos apuntados por Vicens, si Cataluña no se aprovechó del comercio con América hasta el siglo XVIII fue por falta de ambición y de emprendimiento, no porque tuviese ningún impedimento legal para hacerlo. Se aprovechaban los genoveses, portugueses, franceses, holandeses... pero no los catalanes. En el ámbito cultural, los siglos XVI y XVII, siglos de oro del castellano, el inglés y el francés, fueron un desierto para el catalán. Aherrojada por sus instituciones medievales, respetadas hasta por el Conde-Duque de Olivares, Cataluña dormitó durante dos siglos y medio hasta que un Borbón, Felipe V, precipitó el cambio y la empujó hacia la modernidad. ¿Qué hubiera pasado si en vez del Borbón hubiese ganado la guerra el Habsburgo? A mí me parece probable que Cataluña, constreñida por sus instituciones, se hubiese perdido la revolución industrial. Cataluña se desarrolló gracias al decreto de Nueva Planta, no a pesar de él.
La mentalidad menestral —trabajo, sentido práctico de la vida y limitación de horizontes— ha vertebrado Cataluña durante cinco siglos y sigue siendo la más relevante hoy en día. Esto es particularmente cierto para el independentismo catalán actual. Menestrales son la monja Forcades, Carme Forcadell y Oriol Junqueras, todos ellos en la versión casa pairal. En versión pro domo mea, menestrales son Jordi Pujol y Artur Mas, entre muchos otros. El denominador común de la menestralía es la nostalgia de un medioevo idealizado, el gusto por una fuerte regulación de la sociedad y de la actividad económica —de lo que es buena muestra el Estatuto catalán en vigor, con sus 223 artículos y 152 páginas— la limitación de horizontes y la falta de ambición para proponer un proyecto capaz de integrar a todos los catalanes y, también, a todos los españoles. El modelo de sociedad del independentismo menestral parece inspirado en el pueblo de loshobbits.
Sin embargo, proyectos ambiciosos de catalanizar España construyendo una sociedad moderna basada en el trabajo existieron en las segunda mitades de los siglos XVIII y del XIX. Relata Vicens cómo, en la primera circunstancia, se produjo una auténtica diáspora de catalanes por tierras de la antigua Corona de Castilla, colonizando Sierra Morena, renovando las artes de pesca en Galicia y Andalucía, estableciendo sus oficios en las ciudades de la meseta… Ilustrados como Campomanes soñaron con transformar España adoptando instituciones catalanas. En el siglo XIX “Cataluña predicó a las otras Españas el evangelio de la redención por el trabajo” para conseguir el resurgimiento económico y la industrialización. El fracaso de estos intentos provocó el retraimiento de los catalanes, que todavía dura, su aversión a participar en el gobierno del Estado tanto a nivel político como burocrático, que también perdura, y el fortalecimiento de la mentalidad menestral ante la quiebra de alternativas más ambiciosas.

CATALUÑA Y ESPAÑA SE NECESITAN

Tanto España como Cataluña necesitan desesperadamente un proyecto nacional. Como he recordado en otras ocasiones, para Ortega una nación es un proyecto de futuro con capacidad integradora. Ese proyecto no lo tienen ahora mismo ni España ni Cataluña. En el primer caso no hay proyecto para afrontar la cuádruple crisis —económica, institucional, territorial y moral— que tiene gripada a la sociedad española. El régimen político de 1978 está basando su supervivencia en la táctica del avestruz, negando las crisis para no tener que hacer ningún cambio significativo. Si no cambia de actitud, durará poco. En el caso catalán el único proyecto político explícito es el independentista. En cierto modo, también es una manera de negar una crisis que afecta a Cataluña de manera muy parecida a la del resto de España. En cualquier caso, el proyecto independentista no es un proyecto integrador puesto que divide profundamente a la sociedad catalana en dos partes de tamaño similar y de convivencia complicada. No es, por tanto, un proyecto nacional, al menos en el sentido que le da Ortega a este término.
España necesita a Cataluña por dos motivos, uno en negativo y otro en positivo. En negativo, porque la ruta previsible del presente conflicto territorial lleva a una bunkerización de posiciones en España y en Cataluña que será la excusa perfecta para que la clase política no aborde ninguna de las reformas imprescindibles para afrontar con éxito los retos del siglo XXI, en particular la mejora del capital humano necesaria para evitar la proletarización de la sociedad española en la economía global. En positivo, porque la gran asignatura pendiente de España es la adopción de una cultura del trabajo como opción de realización personal y no como castigo divino. Eso lo hizo Cataluña hace muchos siglos y la emulación con Cataluña en una casa común puede ser un estímulo importante para que España consiga hacerlo.
Cataluña necesita a España también por dos motivos y también hay uno en negativo y otro en positivo. En negativo Cataluña necesita a España por una razón simétrica a la del párrafo anterior. Las reformas que hay que hacer en Cataluña son similares a las que hay que hacer en el conjunto de España, empezando por la de la clase política. La bunkerización conduce a no hacerlas y a culpar al adversarios de todos los males propios. Además, una confrontación creciente deja al independentismo como único proyecto político posible y eso tendría efectos divisivos muy grandes para la sociedad catalana. Lo que ahora se presenta interesadamente como una confrontación entre Cataluña y España se revelaría como una confrontación entre catalanes en la que los que ambicionan pensar y actuar “en grande” en mundo globalizado quedarían marginados. En positivo, Cataluña necesita ambición. Necesita que sus grandes empresas se hagan mucho mayores y se globalicen. Al contrario que Baden-Württemberg o Rhône-Alpes, Cataluña no tiene grandes empresas con proyección global y no las tiene por falta de ambición, no porque esté oprimida o expoliada. España, cuyas grandes empresas son globales, tiene la ambición que a Cataluña le falta. La emulación con España en una casa común puede ser un estímulo importante para que Cataluña consiga hacerlo.

QUÉ HACER CON CATALUÑA

Por las razones aducidas en el epígrafe anterior, el debate sobre qué hacer con Cataluña sólo tiene pleno sentido en el marco más amplio del debate sobre qué hacer con España. Ahora bien, si este último debate no pudiera tener lugar, porque la clase política se negase a ello, o si fracasara el intento de construir un proyecto de futuro atractivo para los españoles, lo mejor que podrían hacer los catalanes es soltar lastre y plantearse el debate por separado. Por lo dicho hasta aquí, tampoco está claro a priori que a nivel catalán pudiera consensuarse un proyecto integrador y ambicioso pero, en mi opinión, estaría justificado intentarlo.
La actual discusión sobre Cataluña, restringida a dos interlocutores bunkerizados, sólo sirve para disimular tras las respectivas banderas la falta de proyectos nacionales a nivel español y catalán. El Gobierno de España considera la cuestión catalana como un problema estrictamente jurídico, no halla lugar en la Constitución para autorizar una consulta y no ve necesario ni conveniente tomar ninguna iniciativa política para proponer un nuevo encaje de Cataluña en la casa común. Los catalanes deben conformarse con lo que hay y, además, resignarse a una ofensiva recentralizadora y “españolizadora”. Por otra parte, el independentismo catalán, encabezado por el Gobierno de la Generalitat, acelera un plan para proclamar unilateralmente la independencia en algún momento de 2015. El choque de trenes parece muy probable, porque ambos gobiernos esperan sacar grandes réditos políticos del conflicto en el corto plazo, que es el único horizonte que parece importarles. Si el choque se produce, la independencia de Cataluña será prácticamente inevitable, a pesar de que irá en contra del interés general de los catalanes y de todos los españoles.
Es necesario superar esta situación. El contencioso no debe dejarse en las solas manos de quienes no tienen ningún interés en resolverlo. La sociedad civil debería tener un papel mucho más activo, impulsando los necesarios debates —que van mucho más allá de independentismo sí o independentismo no— y dando mucho más protagonismo a la ambición en los proyectos de futuro. La clase política no está por la labor. Las grandes empresas y las personalidades del mundo económico catalán deberían hacer oír su voz con más fuerza, con el pluralismo que ello entraña, y lo mismo deberían hacer las del resto de España. Madrid y Barcelona son, junto con Milán, las grandes concentraciones humanas, económicas e industriales del sur de Europa. Un eje de cooperación a todos los niveles entre las dos grandes ciudades españolas es necesario para complementar y contrapesar a la gran Banana Azul europea, que tiene su extremo sur en la ciudad del Po y termina por el norte en Liverpool.
No parece haber nadie en el mapa político que asuma la idea de España como nación de naciones para reconstruir sobre ella la casa común. A mí me parece que ya es demasiado tarde —no lo era hace cuatro años— para intentar una reforma federal de la constitución. Hay que ser más ambiciosos y la sociedad civil también tiene que tener un papel decisivo en este debate. No bastan albañiles: se necesitan arquitectos para evitar que se nos caiga la casa encima.
César Molinas publicó en 2013 el libro Qué hacer con España